CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO
CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO. LOS PRINCIPES Y EL OGRO













LOS PRINCIPES Y EL OGRO

Había una vez un príncipe y una princesa que fueron raptados por un ogro y llevados al bosque, el sueño de ambos era el de tener un bebé que llenara sus corazones de amor y felicidad. Este anhelo no lo querían olvidar, a pesar del inconveniente que existía en su país de clima frío, pero de leyes calientes, pues la orden en ese lugar era no tener hijos porque, cada primogénito estaba condenado a morir por orden superior.

Pero cierto día, con una noche de luna romántica que invitaba al amor más dulce y profundo, ese amor que todo lo puede y que enceguece, paseaban bajo el brillo del bello astro el príncipe y la princesa que ya se habían comprometidos, atraídos por su inmenso amor, engendraron al bebé en el bosque, en una casa alumbrada por velas, de centro tenía unas rosas negras, de triste figura; símbolo de la violencia negando el amor, sin saber que la casa era de un ogro, el que asesinaba a los niños primogénitos. Fueron capturados por este esperpento. En aquel momento empezaron las angustias, el príncipe, al paso de los días buscaba ocultar el vientre de su princesa cuando los visitaba el ogro, que no los dejaba en paz. Siempre estaba vigilando.

-El ogro preguntó a la princesa; ¿qué tienes en tu vientre que te veo rara?

-La princesa dijo: tengo el vientre inflamado por los alimentos que me proporcionas.

-Dijo el ogro tome algo.

-Sí, dijo el príncipe, voy a hacer una pócima de hierbas que tengo a mi alcance para que tome y desinflame su vientre.

Pasó el tiempo y el vientre de la princesa crecía, se sentía indefensa y ofendida, hasta el punto que no podía ocultar su vientre, el ogro se dio cuenta, estaba esperando que naciera para asesinar al bebé. La princesa y el príncipe eran creyentes, que le pedían a Dios que los protegiera de tanta maldad, que los ayudara a salir de ese lugar inhóspito para salvar a su futuro bebé. Tanto fue la lucha, la angustia que vivieron protegiendo a la criatura que estaba por nacer que al noveno mes la princesa a escondida tuvo su bebé que le llamó Moisés - el salvado por las aguas –, parto que fue atendido por su príncipe que tenía una media idea en estos quehaceres. Aprovecharon la ausencia del ogro quien se había ido de viaje por largo tiempo, a atender otros problemas similares en la ciudad por órdenes recibidas, cubierta de nieve y de penumbras, pues era el azote de esta, su imagen intimidaba. La pareja de príncipes, encadenados, continuaban sufriendo. Escondieron, donde pudieron, al bebé. Sin embargo, el ogro de regreso, sospechaba y lo buscaba con tanta insistencia por todas partes para liquidarlo.

La Princesa lo había cubierto muy bien con la larga bufanda del príncipe y con sigilo lo alimentaba; había cerca un arbusto y una canasta abandonada, lo colocaba siempre ahí, entre los arbustos, camuflado, tratando también de protegerlo de alimañas y del frío del bosque. De vez en vez, cambiaba el clima y los rayos del sol lo calentaba un poco, el bebé sonreía a su madre y como agradeciéndole a la madre naturaleza que aún estaba vivo. Los pájaros trinaban hermosos y los árboles se mecían provocando una frescura que le hacía bien a Moisés. Eran unos días bellos. Mientras tanto la soledad y la tristeza acosaban a los príncipes, las noches se volvían largas, parecían ver espantos, y, preocupados porque el niño no los fuera a delatar con su llanto.

Un día, por la zozobra en que estaba la nueva familia, el bebé amaneció enfermó de gravedad que el príncipe desesperado intentaba liberarse de la larga cadena, una y otra vez, al fin lo logró huyó con él para ponerlo a salvo del malvado ogro y buscar que lo curaran, pero a su madre no la pudo liberar.

La obsesión del ogro, al saber que existía el niño, era que debía morir.
De pronto al enterarse el ogro de que el príncipe había escapado, comenzó a correr detrás de él, hasta que lo alcanzó. Desde luego, el príncipe se armó de valentía para salvar al niño enfrentándose al ogro, que de una patada lo hizo tirar al suelo y, doblegado el ogro, emprendió veloz, nuevamente, la huida. Anduvo tanto de noche para que no lo descubrieran, pasando las noches de claro en claro en el bosque en medio de árboles fantasmagóricos, que atemorizaban. Decía: ´´no puedo rendirme y menos sentir fatiga y debilidad´´. Corriendo en el tenebroso bosque y corriendo sin desmayo, con el bebé en sus brazos, divisó a lo lejos una humilde casa, parecía abandonada, al llegar tocó, abrieron las puertas y salió una pareja de ancianos, amigables, tiernos que frisaban la edad de 80 años, plenos de sabiduría que le dijeron:

-´´En nombre Dios, bienvenidos. Entren, por favor, se ven muy fatigados´´.

-A lo que el príncipe respondió: ´´gracias caritativa gente, que sin conocernos nos han hecho pasar a su morada´´.

Al cruzar el umbral de la puerta de la casa, tomaron asiento, empezó a contar toda la historia de lo sucedido, concluyendo, que había un ogro que los perseguía. Entonces, todo temeroso y angustiado, les pidió el favor a los abuelos de que recibieran al niño para que lo cuidaran, que este monstruo quería hacerles daño. Además, tenía que volver a rescatar a la princesa que todavía se encontraba bajo las garras del ogro y encadenada. Los sabios ancianos, se pusieron contento al saber que les iban a dejar a su cuidado al postizo nieto. Mirando detenidamente al príncipe, al que no conocían, advirtieron que estaba hecho polvo, le proporcionaron un buen caldo y le hicieron la cama para que descansara, temprano, y recuperara las energías.

Por otra parte el rey, había buscado, siempre, a su hija, la princesa. Hasta que cierto día, de buscar tanto, le contaron que el ogro la había raptado y la tenía en el espeso bosque, que pedía por su rescate una buena cantidad de oro que casi quería, por su ambición, que le entregaran el castillo para reinar, rompiendo con su ambición todas las reglas. El rey quedó atónito y su preocupación aumentó.

Entonces, con más ahínco organizó la búsqueda, por toda la comarca, de su hija amada con toda su caballería bien armada. Preguntaban por la princesa en cada casa de campo a los campesinos y a cazadores, no le daban razón, hasta que un día en aquella pequeña casa de la pareja de ancianos muy bondadosos encontró al niño, que después de lo contado por estos de como lo obtuvieron, el rey lo identificó como su adorado nieto por el lunar que tenía en la mejilla derecha al igual que su madre. Luego el rey, se puso muy contento y por gratitud les dijo:

-Pídanme lo que quieran, pero los abuelos no se atrevían a pedirle nada. El rey decidió entregarles una bolsa con oro y una casa más cómoda, en agradecimiento, que hizo de inmediato efectiva.

Mientras tanto, el príncipe a la siguiente noche sombría y de terror, se alistó para el rescate de su princesa. Se acercó sigilosamente a la casa donde estaba secuestrada la princesa, la vio y con su audacia en un descuido del ogro, logró desencadenarla, tomándola con cuidado por las magulladuras dejadas por las cadenas y lo débil que estaba, porque era casi nada lo que se alimentaba. Sin embargo, la princesa sollozaba de alegría e inmediatamente se fueron a buscar a Moisés; en el camino, el príncipe, le contó todo a ella, que el niño estaba en buenas manos, que no se preocupara. Pero al llegar a la casa de los ancianos, no los encontraron. Ansiosos los dos, preguntaban por doquier y nadie daba razón. Entonces, el príncipe y la princesa sumidos en profundo dolor, lloraban la pérdida de su bebé, que lo daban por muerto.

Al continuar el rey con la búsqueda dio con el ogro, este tirano atacó a la caballería real, el rey arengó el ataque: ´´vengaos de ese miserable, secuestrador de mujeres y de niños´´. Al ogro lo redujeron, para forzarlo a hablar, pero en un instante volvió a atacar y los soldados lo capturaron, el rey furioso, porque el ogro no quería confesar, a donde tenía a su hija, lo hizo arrodillar con las manos atadas, sabiendo este que lo iban a ejecutar, encrespado, vociferaba y le gritaba al rey, sin escrúpulos: ¡autócrata!, ¡autócrata! Por lo tanto, el rey tomó su afilada espada y lo decapitó, rodando su cabeza ensangrentada y con su mirada fija, mirando al rey. Complicada su situación de no saber del paradero de su hija, regresó al castillo devastado, pero sin perder la esperanza de encontrarla algún día. Transcurrían los días y las flores del castillo, de su bello jardín, se marchitaban como si sufrieran por la desaparición de los príncipes. Pero el rey no desmayó en la búsqueda, con su corazonada de que la princesa aún estaba viva.

Después de muchas salidas, que lo tenían agotado, con altruismo, organizaba una tras otra sin claudicar, con su tropa real que siempre estaba dispuesta para apoyar su búsqueda, con todo el armamento, símbolos de la alta realeza y adelante una trompeta que anunciaba su presencia. Cuando en un paraje vio que había en el camino unos jóvenes que lloraban desconsolados, dolorosos, abatidos y harapientos. Estaban tan desaliñados que eran irreconocibles, acercándose les preguntó que si habían visto a la princesa, mostrándoles una pintura de su hija, a lo que la joven contestó: yo soy, y, exclamó alegre: ¡Padre mío!, se abrazaron todos. Cuánto fue la felicidad de los príncipes al saber que el rey estaba con ellos, quien les contó que su nieto estaba en el castillo sano y salvo. La alegría fue mayor.

Ya al final, toda la familia reunida y con el malvado ogro muerto, volvieron a su vida normal. El rey ordenó asegurar más el castillo, la dulce primavera llegó y los jardines volvieron a florecer…

Rafael E. Arévalo Escandón.
Medellín. Antioquia. Colombia.